El odio, sentimiento destructor por excelencia, todos lo hemos sentido, todos lo hemos vivido... pero no todos lo superan. El odio puede tener muchas causas, puede ser por miedo, como cuando un pequeño agredido en el instituto odia y teme a los peces gordos abusones; puede ser por sed de venganza, cuando queremos que alguien pague por lo que ha hecho; puede ser por pura envidia, puede tener muchas causas, incluso un amor fallido. En mi caso particular ese rencor vino por sed de venganza hacia lo que en su momento consideré una traición de la gente más cercana a mi, sangre de mi sangre, y de ese sentimiento me cegué, mi alma oscureció del todo y dejé que se apoderara de mi, total, no tenía nada que perder. Muchos eran los días que fantaseaba, muchas eran las noches que soñaba con consumar mi venganza, desde la más absoluta discreción, mientras actuaba en mi día a día como cualquier hijo de vecino. Pero ahí no acababa la cosa, se extendía, se hacía incontrolable, adoraba la guerra y la violencia, cometía injusticias porque tenía la extraña certeza de que en mi caso estaba justificado. La simple idea de hacer aflorar sus más oscuros sentimientos a todo el mundo, haciendo que acaben los unos con los otros, esbozaba en mí una sonrisa cuanto menos inquietante. La herida en mi orgullo había gangrenado hasta pudrir por completo mi alma, y el odio se transformó y se convirtió en malicia. ¿Cuál es la diferencia?, se preguntarán algunos, es muy fácil hacer daño y causar el mal estando cegado por el odio, o incluso en un arranque de ira, siendo inconsciente durante breves instantes, pero sólo la malicia, la maldad pura, hace daño desde las más absoluta tranquilidad y consciencia, y disfruta de ello, sonriendo ante el dolor ajeno. Durante un tiempo ese fue mi estilo de vida, me divertía y me desahogaba, pero no evitaba que siguiera atormentándome, era un alivio pero no una cura, más bien todo lo contrario. Un día me puse a pensarlo detenidamente y me dije: ¿qué coño estoy haciendo con mi vida?¿tan triste es que mi único entretenimiento es hacer el mal a los demás?¿y si no estuviesen, o les dejara de afectar?¿a qué me dedicaría entonces?¿con qué me aliviaría? Por suerte no era demasiado tarde, supe reaccionar y cambiar, aunque esa maldad se quedó impregnada y amenazaba con salir cada vez que algo me salía mal. Tuve que crear una coraza imaginaria para que nada me traspasara, nada me afectara, así evitaría que saliese, hasta que desapareciese del todo. Creo que puedo afirmar con toda certeza de que ya no está, o ya no manda sobre mi, ya no tiene razón de ser.
En definitiva, el odio no trae nada bueno, y a partir de él no puede ir nada a mejor. Tal vez produzca un desahogo momentáneo el hecho de maldecir a cualquier persona, mientras ésta sigue con su vida tranquilamente y sin enterarse de nada, obviamente la persona resentida es la única afectada. Y esto es lo más suave que puede ocurrir, si se llega más allá, los efectos negativos se multiplicarán y no habrá marcha atrás. Nadie se siente mejor odiando, la gente tiende a engañarse constantemente creyendo que se encuentra bien cuando no es así, el rencor da a la persona odiada más importancia de la que en realidad debería tener, lo cual es una sandez, lo que me lleva a pensar en una nueva causa del odio, y tal vez la más importante, la ignorancia.