Si algo he aprendido de la vida últimamente es que castiga duramente, no sólo hechos, si no tus palabras. Nunca me he llevado bien con la vida, para qué engañarnos, pero querer de algún modo vengarte o empezar una especie de necia confrontación con ella no sirve más que para hundirte, como en arenas movedizas, cuanto más pelees, más enterrado te verás. He cometido muchos errores en mi corta vida, pero la raíz de muchos de ellos está ahí. La negatividad llama a más negatividad, hasta que te hundes en ella; decides salir de ese pozo pero tienes impregnada su peste, parece inofensiva pero en un momento de debilidad puede convertirse en una pesadilla. ¿Y sabes de quién ha sido la culpa? Sí, tuya, en lugar de afrontar las cosas con seguridad has alimentado esos fantasmas hasta que te han atrapado. Sus consecuencias son fatales, has dejado crecer el miedo hasta que se ha convertido en realidad, y esta realidad te muestra que no eres como pensabas. Aprendes que por la boca muere el pez, y que aquello que creías cuando el agua estaba en calma es lo que más daño te hace cuando hay tormenta. Y esto es sólo el principio.
La
vida es un camino en el que puedes ir más rápido, más lento, caer,
levantarte, donde nunca hay posibilidad de retroceder, sólo seguir
adelante vayas donde vayas, cambiar de rumbo y también... perderte.
Nunca he sabido muy bien qué camino seguir, y cuando parece que
encuentro uno, se desvanece o lo echo por tierra. Me encuentro perdido en medio de la
tormenta, donde no puedo ver hacia dónde me dirijo, herido, con el
dolor que otorga la culpa, la pérdida del camino, el haber actuado
mal y haber dañado aquello que más quiero, haber cedido una vez más a fantasmas del pasado. Por suerte
aún hay una luz que me acompaña aún en la tormenta, la luz de un
tesoro que quiero cuidar por siempre. No sé qué hay delante de mi,
ni sé por dónde seguir caminando, apenas puedo ver, sólo sé lo
que deseo con el corazón, y es estar allí donde está mi alma, que
desde hace un tiempo está donde quería.