El
despertar, ese momento en que la luz inunda tu espacio y te levantas,
sales de la cama, donde has estado entre penumbras sin ir a ningún
sitio, aunque tu mente volase lejos, y te dispones a ir allí a donde
te decides ir. Aunque el símil pueda ser válido, no es de ese tipo
de despertar del que quiero hablar. Quiero hablar del despertar del
alma. Un alma que estaba entre tinieblas, y que aunque estaba cómoda
allí, ya que era lo único que conocía, soñaba de vez en cuando
con salir a la luz.
Tras
años encerrada y sin saber cómo, alguien abre una puerta y consigue
llegar al fondo de la cueva, estaba tan oscuro que cualquiera daría
marcha atrás pensando que no encontraría nada entre tanta
oscuridad. Pero ella no, fue valiente y llegó más allá. Allí
esperaba mi alma, dormida, encerrada en su ataúd. Ella se acercó,
no temió y abrió el sarcófago. El alma aún no se lo creía, aún
habiendo esperado este momento, fue una enorme sorpresa, alguien la
había encontrado detrás de muros de roca y quiso enseñarle el
mundo fuera de la cripta. Dio vida a un alma muerta y vacía que se
consumía entre el vacío. Le enseñó la luz, le mostró el mundo
como nunca lo había visto, le despertó, le hizo renacer. Esa alma
despierta de su letargo con más intensidad que nunca, junto a otra
alma que siempre brilla como el más grande de los tesoros. Ahora son
más brillantes que nunca, ahora son más grandes, ahora son una.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Pues eso